martes, 29 de marzo de 2011

Soñando sueños.














     Era un sueño recurrente. Soñaba dentro de un sueño y en ese sueño dormía y soñaba que se dormía soñando que se soñaba durmiéndose dentro del sueño para soñarse dormido… y así sucesivamente, como una imagen repetida en una eternidad de espejos.

     Temeroso de no encontrar el camino de vuelta en aquel laberinto onírico, despertaba espantadizo sin saber nunca con certeza si estaba despierto del todo o se había despertado en uno de sus soñados sueños dormidos.

     Aquel día, sin aliento, se levantó de un brinco y sin lavarse la cara salió a revisar el mundo, para poder cerciorarse de que aquél era su mundo, el mundo en el que vivía.

     “Buenos días, realidad. Buenos días, nuevo día” –susurró ya más tranquilo y se fumó un cigarrillo dejando que la mañana le despeinara los miedos.

     Al entrar de nuevo en casa se encontró consigo mismo aún acostado en la cama plácidamente dormido soñando que se observaba soñando dentro de un sueño que despertaba dormido mientras soñaba en la cama que saludaba a su mundo fumándose un cigarrillo.

     Cuentan que aún sigue durmiendo… soñando que está despierto y que se encuentra en la cama soñando que está dormido.

sábado, 26 de marzo de 2011

Despertares.




miércoles, 23 de marzo de 2011

Presencias...
















     Cuando no aguantó más saltó el murito que daba al malecón y dejó que su instinto le guiara hacia el mar. Asentó bien sus pies y observó las olas rompiendo discretas entre las rocas. Intentó ver más allá pero sólo vio espumas. Tal era la oscuridad, tal era la noche.

     Allí, a solas con el mar, aflojó su pantalón y vació al fin su vejiga.

     De pronto advirtió una presencia, un susurro de telas y una tos. A su derecha, mirando también al mar, estaba la muerte.

     Sintió un escalofrío y una extraña indiferencia que se tornó en sorpresa al ver cómo la muerte buscaba torpemente entre sus ropas y echando su cabeza ligeramente hacia atrás, empezó a mear también suspirando de alivio.

     Alguien canturreó a su izquierda y al mirar se topó con un pirata que con la espada entre los dientes luchaba por soltar su cinturón. Junto al pirata orinaba ya un astronauta y más allá un ángel y un gorila compartían un cigarro.

     Sonrió pensando en lo surrealista de aquella escena mientras ordenaba sus ropas y se colocaba bien el antifaz y la nariz de payaso.

     Luego volvió despacio al estruendo del carnaval buscando entre la multitud a sus compinches, que a esas horas atracaban un banco de los de sentarse en la calle, después de robarle la corona a un faraón y a un par de reyezuelos que por allí pasaron.

     En la isla de La Palma, fuera del tiempo y llena de espectros, ya casi amanecía.


Volví cargadito de amor y cosas lindas, con el corazón de andar por casa, en zapatillas. Os habéis metido muy adentro. "Gracias" es una palabra muy pequeña... habría que inventar otra. Os quiero.
Pd: No dejéis de leer el primer comentario... 


lunes, 21 de marzo de 2011

Siempre.




















     Lo primero que tuvo que aprender para viajar en el tren del tiempo fue a subir y bajar en marcha. Aquel era un tren que jamás se detenía.

     Siempre había querido visitar el pasado y el futuro, pero al final quedó un tanto decepcionado. Por mucho que viajara en el tiempo, daba igual en qué estación se apeara,… no había caso: Siempre era ahora.



Para Puck.


miércoles, 16 de marzo de 2011

Dioses.
















     De chiquita le enseñaron a rezarle al Dios de sus abuelos. Arrodillada y con miedo, rezaba igual que se canta una canción aprendida que en realidad no se entiende.

     Luego adoptó con devoción otros Dioses forasteros de nombres exóticos y cabeza de animal. Encendía velas y quemaba inciensos y, entre toses y mareos, recitaba mantras en papiamentos ajenos que tampoco entendió nunca.

     Más tarde se inventó su propio dios, más cercano y cotidiano. Ni siquiera le dio un nombre. Se sentaba serena y con sus palabras sencillas le pedía cosas.

     Por fin decidió enamorarse de la vida y aceptar el misterio. Se olvidó de todos los dioses. Cada mañana, simplemente, le dedicaba un ratito a dar gracias abriéndose a la vida,… a lo que cada nuevo día le trajera con la marea.

     Sólo entonces se encontró realmente a sí misma.


jueves, 10 de marzo de 2011

Espantando palomas...



     Un vuelo de palomas anticipaba siempre su llegada.

     Al percibirlo, él sonreía levemente y sentía un brinquito en el corazón. Luego, despacio, dejaba lo que estuviera haciendo y simplemente esperaba. Poco a poco se le llenaba la casa de palomas que se iban posando aquí y allá desbaratando alegremente el orden sereno que habitaba su hogar. Entonces, ella aparecía de la nada.

-Esta vez has tardado –decía él disfrazando de reproche su alegría.

-Estuve muy ocupada haciendo nada –contestaba siempre ella con una sonrisa radiante.

     Después se miraban, se oteaban en silencio, como abrazándose con la mirada, y arrullados por un ulular de palomas, se acomodaban en ese espacio irreal al que pertenecían. Él le contaba su vida sencilla y, de vez en cuando, ella reía con una risa de ángel que espantaba a las palomas. Luego, hacían el amor con palabras, con sus alientos, con sus miradas,… como aprendieron a hacer cuando supieron que jamás podrían tocarse.

     Sólo una vez le preguntó de dónde venía, si era un espectro, algún fantasma extraviado o simplemente un ser de otra dimensión. Ella cayó entonces en un prolongado silencio lleno de presagios y palabras inefables. Él no volvió a preguntar.

-Mi querido misterio leve… –solía susurrarle al oído.

     Así se la pasaban, amándose y platicando, hasta que de pronto las palomas volvían a espantarse y, volando despavoridas, desaparecían por puertas y ventanas como anunciando un adiós. Sin apenas tiempo de decir te amo, ella se evaporaba en el aire.

     A veces, días después, él todavía encontraba palomas al abrir un cajón o una alacena, y sonreía de nuevo con el corazón contento. Entonces, abría el armario de sus secretos, sacaba las alas y les pasaba el cepillito acicalándolas suavemente, con dedicación. Las alas a las que renunció hacía ya tantos años para así poder vivir la vida como un hombre.

domingo, 6 de marzo de 2011

Raquel.




     Todas las noches, desde aquella en que durmieron juntos por primera vez, Raquel inventaba un cuento para Ramón. Si por cualquier motivo no se sentía inspirada, le leía a cambio cuatro páginas de un libro, siempre cuatro, y terminaba leyendo la primera frase de la página siguiente para después susurrarle al oído “Pero esa, mi Sultán… esa ya es otra historia”.

     Mil y una noches después de aquella primera, a Ramón lo borra-ron de la faz de todas las Tierras. “Si alguna vez me agarran y no me volvés a ver, no me olvidés nunca, Shede, nunca. Pero no te mueras conmigo… tendrás que vivir por los dos. Así les derrotaremos.” –Le había dicho Ramón cientos de veces en aquellos años crueles de la dictadura.

     Así, cuando fue capaz de asumir su ausencia y pudo vivir otra vez con ese hueco en el alma, Raquel hizo dos cosas: Cambió su nombre por el de “Shede” y juró no volver a contar un cuento hasta haber terminado de leerle a Ramón el libro que dejaran inconcluso.

     Tres veces al año, desempolvaba su ejemplar de Rayuela y salía a comprar una rosa. Cada 9 de febrero, cumpleaños de Ramón, se sentaba a la orilla del río Ajó, leía cuatro páginas del libro y después de arrancarlas, las echaba a la corriente junto a la flor. Luego leía la primera frase de la siguiente página y le decía al viento: “Pero esa, mi querido Sultán… esa ya es otra historia”. Los días 2 de agosto, la fecha que lo desaparecieron a Ramón, repetía el ritual junto al mar y enterraba las cuatro hojas y la flor en la playa de Santa Teresita o en la de Mar del Tuyu. El día de muertos le leía en los bosques de Costa del Este, colgaba las páginas de la rama de un árbol y posaba en su base la rosa. Luego volvía a casa con un nudo en el pecho y piedritas en los anhelos.

     Ocho años tardó en cumplir su promesa. Ocho años de una vida a medias. Aquella tarde, por fin, lloró las lágrimas acumuladas durante una eternidad de soledades valientes, ausencias derrotadas y rabias contenidas, que casi terminan por envenenarle el alma. Sentada en el bosque, llorando a lágrima muerta, dejó que todo lo gastado fluyera fuera de ella. Después, exhausta, vacía… se sintió limpia, viva otra vez. Dispuesta para una vida nueva, cierta, clara y feliz,… Una vida plena… vivida para los dos.

     A día de hoy sigue contando cuentos. 



A todos los que lucharon contra la barbarie y no tuvieron, siquiera, una tumba en la que removerse. A ellos y ellas. A los de allá y a los de acá. 


jueves, 3 de marzo de 2011

Instantes.
















     Cada mañana, al despertar, se produce el milagro,... pero ella está demasiado ocupada para darse cuenta.



Y tú... ¿te das cuenta?