miércoles, 25 de abril de 2012

Cuentos de Amador.

11. Las dos llegadas del Padre Anselmo.




















Nunca antes había llegado nadie con la intención de llegar, y mucho menos con la intención de quedarse.
Aquel miércoles de marzo hacía ya tres semanas que una lluvia despeinada aturdía a las ovejas, confundía el contorno de todas las cosas y borraba de los corazones los anhelos y las penas con esos aplausos del agua que apagan la voz del mundo. Cuando entró por primera vez en la aldea, con su caminar de obispo y su mirada de anciano, la lluvia se detuvo a verlo pasar y tal fue su impresión que no volvió a caer hasta dos meses más tarde. El padre Anselmo, embutido en su eterna sotana negra, cruzó la plaza en dirección a la iglesia como un viento cargado de oscuros presagios, recorriendo sin vacilar un camino que no había visto sino en sueños. Al llegar a la iglesia, encontró las puertas abiertas y las estancias vacías. Un arrullo de palomas y un dormir de murciélagos lo recibieron en el altar mayor, donde lo esperaba una cruz deshabitada. Antes de instalarse o hablar con nadie, se dio a las tareas de desahuciar a todo bicho anidado en los rincones, limpiar los ámbitos de espíritus herejes y crucificar de nuevo al Cristo que años antes…
Pero, un momento, tal vez lo mejor sea empezar por el principio, al menos por esta vez.