viernes, 30 de septiembre de 2011

Mundo Payaso II.




















Hartos de todo,... continuaron igual.
 

martes, 27 de septiembre de 2011

Mundo Payaso.



Creían estar vivos, pero llevaban años muertos frente a su televisor.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Cuentos de Amador.

5. Buenaventura.



















La tarde en que Amador regresó de conocer mundo, una lluvia indolente tocaba con sus dedos en todas las ventanas anunciando su llegada.

     En los doce años que tardó en saciar su sed de gente, lugares y aconteceres, la aldea había envejecido casi un siglo. Los caminos se habían cerrado devorados por la voracidad del bosque, mientras las fachadas sucumbían a la carcoma de un tiempo sin reloj. Las cosas estaban más viejas. Sólo la fuente de Segundino permanecía intacta, inmune en su plaza al comején de la vida. Sin embargo, los asuntos de la gente, sus intrigas cotidianas, seguían igual que el día que se fue como si hubieran negociado esperarle. Antes de que el autobús doblara la esquina del roble, la China, desde el puesto de hierbas del mercado, anunció: “El chico vuelve, y no viene solo”.

     El rumor de su vuelta recorrió el pueblo como un vendaval, sacando de su limbo a los borrachines de La Taberna de Bienvenido. En medio de un alboroto de estampida, sillas volteadas y vasos rodando, Buenaventura, como saliendo de un trance, sin alterar su estar tranquilo y somnoliento, sentenció entre los vapores de su borrachera:

     -Todo el que regresa, antes se había ido –y volvió a su habitual desmayo.

     Cuando Sandalio, el vagabundo de la sonrisa triste, vino con el cuento de que Amador había vuelto acompañado de una india con ojos de gata y caderas de tigresa, Buenaventura parpadeó de nuevo y levantando torpemente su mano derecha con el índice extendido, dijo con su mejor voz de congresista:

     -Indiscutiblemente, a veces… llega alguien.

     Así era Buenaventura Cuerda de la Soga, licenciado en Ciencias Físicas, Químicas y Matemáticas, destinado a acabar con la mitad de las miserias del mundo y echado a perder por una adicción voluntaria al vodka, al vino y al coñac. Nadie en el pueblo supo nunca de sus famas, sus reconocimientos o sus doce Honoris Causa en universidades del mundo. Cuando llegó, hacía casi cuatro lustros, era ya un borrachín sigiloso y ordenado que llegaba a la taberna en la mañana y no salía hasta que Bienvenido le sacaba a empujoncitos después de cerrar.