martes, 31 de agosto de 2010

Soberbia.



     Cada mañana, puntual, surgía del mar pavoneando su luz, tiñendo de colores el mundo, seguro de seducirla. Mientras, ella, en su perpetua quietud, su impecable estar de vigía, deshojaba los instantes del día esperando serena que volviera la noche y, con ella, su amor inconfesable… la Luna.


Este relato parte de la propuesta de Su, "Cuento contigo" . Gracias, Su, por ser nuestra musa, nuestra inspiración... una vez más.

sábado, 28 de agosto de 2010

Miércoles.


     La musa, en su bosque, se quedó sin ideas.

     Mientras, tres mujeres, cada una en su isla, ajenas a su sincronía, escribían el mismo relato, idéntico, simultáneo y prójimo a sí mismo. Un relato sobre tres escritoras que, cada una en su isla, escriben un cuento sobre tres escritoras que escriben sobre una musa en busca de inspiración.

 
     En el bosque… era miércoles.

 Este micro está conectado a través de la magia del miércoles 18 a los relatos:
 Miércoles 18  de Anita Dinamita.
 Miércoles 18  de Su.

viernes, 27 de agosto de 2010

Sequías.



     Llevaba semanas sin conseguir escribir algo que mereciera la pena. Releía textos propios y ajenos, repasaba durante horas su banco de imágenes o navegaba al azar en Internet buscando inspiración. Pero nada conseguía romper aquella obstinada sequía.

     Probó a husmear sin ton ni son en los vericuetos del diccionario buscando una palabra sugerente que le incitara a escribir. Fue inútil,… todas le resultaban tan vacías y secas como su agostada creatividad.

     Desconectó maldiciendo su ordenador y abriéndose paso entre cajas de comida precocinada, pateando latas vacías, y esquivando ceniceros rebosantes de colillas, salió por fin de su estudio. Se vistió con lo primero que encontró en el cesto de la ropa sucia y bajó al bar de la esquina a intentar ahogar su sequía en alcohol. Lo encontró cerrado… miró sorprendido su reloj: Las cuatro de la mañana.

     Entonces… comenzó a llover.

     Alzó su rostro, abrió los brazos vencido y se dejó empapar sin pensar ya en nada. Sintió cómo la lluvia le iba calmando, volviéndolo a su ser, limpiándolo de tantos días de miseria y soledad. Inhaló y exhaló. Despacio… varias veces, sintiendo el camino del aire en su interior como si fuera la primera vez que respirara. Entonces, con las lágrimas fundiéndose con la lluvia en sus mejillas, susurró:

-Qué estúpido… la vida es la mejor de las musas.

     Al regresar a casa desempolvó su vieja estilográfica e, inspirado aún por el nuevo soplo de la lluvia, escribió durante varias horas, durante varias páginas,… hasta quedarse sin tinta.

Dedicado a Anita Dinamita y a Su por aquel miércoles en que las musas se rieron de nosotros.

domingo, 22 de agosto de 2010

Pequeñas muertes.










    

     Estaban destinados a morir simultáneamente en distintos puntos de la ciudad… pero no fue así.

     Cristina debería haber muerto en la balacera que se desató en el supermercado donde hacía habitualmente sus compras, pero una viejita octogenaria, cuya muerte estaba prevista para once años más tarde, recibió en su lugar la bala perdida cuando regresó a buscar el monedero que había extraviado una hora antes junto al estante de los detergentes.

     Luis esquivó sin saberlo a la muerte al ceder amablemente a una bella señorita el taxi que treinta segundos más tarde sería arrollado por un tráiler fuera de control.

     A María le salvó su adicción al tabaco. Estaba previsto que cogiera el ascensor en la novena planta de Gran vía 59 en el mismo instante en que la bala de Cristina era disparada y el camión que debiera haber matado a Luis se quedaba sin frenos. Sin embargo, en el último momento, decidió dejarlo pasar y fumarse tranquilamente el que bien pudiera haber sido su último cigarrillo mientras bajaba tranquilamente por las escaleras y el ascensor se precipitaba desde el séptimo piso haciéndose añicos contra el suelo.

     Ignorantes de estar disfrutando ya de un tiempo prestado, siguieron viviendo atareados en sus asuntos cotidianos.

     En una dimensión cercana, a un susto de distancia, la Muerte se afana en su despacho tratando de enmendar semejante desbarajuste. Diseña un nuevo destino para estos tres escurridizos mortales y busca cómo llenar el hueco dejado por quienes murieron en su lugar para devolver la armonía al espacio-tiempo sin interferir el normal devenir del resto del universo. Mientras, al otro lado de la puerta, tres aprendices en periodo de prueba aguardan lúgubres e inquietas en la sala de espera, sabedoras de que tendrán que volver a gestionar muertes menores, tal vez de seres unicelulares en algún mundo perdido, durante al menos otra interminable, decepcionante y aburrida eternidad.

lunes, 9 de agosto de 2010

Siempre... el silencio.


     Cada mañana, al despertar, brincaba de la cama sin apagar el despertador hasta haber conectado la televisión del dormitorio y se iba espabilando arrullada por el runrún acelerado de las noticias y la publicidad. Luego, mientras se aseaba, encendía la radio y sintonizaba una emisora al azar que llenara con su estrépito el espacio del cuarto de baño. El zumbido del microondas la adormecía en la cocina hasta que sonaba la campanita que indicaba que el café ya estaba listo. Lo bebía absorta, tarareando las canciones que emanaban de su aparato de alta fidelidad con la vista clavada en la pantalla del televisor del salón. Una vez vestida, se colocaba los audífonos del ipod y, sólo entonces, desconectaba todos los aparatos, segura ya de no toparse con ningún silencio indeseado. Así, salía tranquila a su fragor cotidiano y se pasaba nueve horas entre el estruendo de las fotocopiadoras y el alboroto de los clientes, que se desgañitaban haciendo a gritos sus pedidos.

     Al volver a casa, agotada, encendía de prisa todas las luces e iba conectando a su paso televisores y radios, cenaba cualquier cosa, abstraída de nuevo frente a su pantalla de 34 pulgadas y ponía finalmente la música en su cuarto para dormirse tranquila… segura de que el agitado movimiento de sus sueños la mantendría alejada del molesto silencio que, a pesar de todo, no podía evitar intuir por debajo de tanto ruido protector,… acechando entre dos latidos, al final de un suspiro, callado y perpetuo, esperando la oportunidad… de enfrentarla por fin a ella misma.

domingo, 8 de agosto de 2010

Evolución.












Dio por fin su brazo a torcer. Uno a uno se sacó los clavos y bajó torpemente de la cruz. Hacía años que ya nadie iba a verle.