Después de aquel accidente perdió el sentido del olfato y al oler una rosa pensaba, por ejemplo, en la cabeza de un bebé o en pescados fritos. Con el tiempo se le trastocó el sueño y despertaba al acostarse, pasando las noches en vela profundamente dormido. Más tarde extravió el olfato del sentido y empezó a abrir puertas ajenas de casas extrañas pretendiendo vivir vidas que no eran la suya y al llegar la policía para el desalojo intentaba arrestar a los agentes y dictaba después ejemplares sentencias destinadas a los jueces.
Una noche, por fin, sentado en el televisor frente a su sofá, sintió sed. Cerró de par en par puertas y ventanas y encendió todas las luces buscando un poco de paz. Deslumbrado en aquella oscuridad, se sintió pez y entonces... echó a volar.