sábado, 19 de mayo de 2012

Cuentos de Amador.

12. Anónima.















No tuvo nunca un nombre. Es decir, los tuvo todos. Todos los que quiso tener o sintió alguna vez como suyos.

A los cinco meses de embarazo, tal y cómo era costumbre en la aldea por aquellos entonces, su madre fue a buscar a la China para que le adivinara el sexo, el nombre y los aconteceres a la criatura que estaba por llegar. Después de espantar gatos, cuervos y malos augurios a base de velas, inciensos y palmadas de gallina ciega, la China aclaró el aura de la madre con limpias de huevo y humos, besó la frente de la mujer y le posó luego sus manos de paloma vieja sobre el vientre, hinchado ya como la panza de un obispo.
—Es una niña, tardará mucho en venir y no tendrá nombre que valga. Se llamará como quiera y cada día querrá llamarse diferente. Ella inventará su historia y escribirá su propio destino, con su prólogo y su epílogo. No te puedo decir más.

El embarazo se alargó por más de un año sin que la niña diera señales de querer nacer. Mucho tiempo después la China vino a preguntarle el porqué de aquella pereza, el porqué de aquella espera; ella le contestó con naturalidad:
—Francamente, China, allí dentro no encontraba una razón convincente para salir de un lugar tan confortable.

El día que por fin nació, las nubes dibujaron grandes aes en el cielo mientras llovían asteriscos mecidos por una brisa como de huracán arrepentido. Cuando la China, que asistió el parto, tuvo a la recién nacida entre sus brazos, un denso olor a azahar invadió toda la casa.
—La niña se llama Amara —dijo la China entonces—. Al menos por hoy.
                                              
Amara llegó al mundo ya con uso de razón y tuvo desde muy cría el don de las palabras, que parecían acudir a su boca en ordenadas filas, contentas y despreocupadas, para que ella las revolviera como naipes de una baraja. Tenía sólo tres meses cuando habló por primera vez.
—Madre, me llamo Abril —dijo como si nada, y dejó en la estancia un intenso olor a bosque.

Con el tiempo, su familia y más tarde los vecinos, aprendieron a relacionar sus olores con sus nombres, y así, los días que olía a rosas llamaban a la niña Amanda, Águeda si olía a jazmín y Adriana si olía a mar. Si olía a roca era Ámbar, Ainara si olía a viento, Alma si no olía a nada y cuando olía a canela se hacía llamar Amaia.

Nadie tuvo que enseñarle a leer o a escribir. Un día cualquiera, con menos de dos años y llamándose Alba porque olía a amanecer, agarró pluma y papel y escribió un cuentito corto sobre Virtudes, la hija menor del alcalde. En aquel cuento la niña se caía a un pozo y moría ahogada entre sapos, serpientes y tritones. Quince días más tarde, Virtudes murió atragantada con unas ancas de rana que su madre había preparado empanadas y al ajillo. Murió sin decir esta rana es mía, con una pregunta en los ojos, sobre el mantel de ganchillo que tejiera su abuela materna la tarde remota en que el padre Anselmo llegara por segunda vez al Pueblo. Alba quedó desconcertada sin saber si la niña Virtudes se había muerto porque ella lo escribió, o si es que ella lo había escrito porque la niña se iba a morir.
—¿Y por qué escribiste eso tan raro? —le preguntó la China mirándola fijo con su ojo amarillento.
—Por que lo vi en mi cabeza, mero acá, justo detrás de los ojos.
—¡La regamos! —Dijo entonces la vieja hechicera muerta de la risa— ¡La chamaca tiene el Don! Escribe, mi niña, escribe, que no se te quede nada dentro que dentro las visiones se pudren y se te pegan los destinos. No le tengas miedo al Don, que yo te enseñaré a bailarlo.
Y a base de tiempo y chismes se corrió el rumor por la aldea y la gente dejó de ir a que la China les adivinara los futuros y le pedían en vez a la niña que les escribiera un cuento para saber cómo y cuándo, dónde y por qué, les iba a encontrar la muerte.

Cuando Amanda se hizo mujer empezó a sufrir de insomnio todas las noches sin luna y se pasaba las horas en vela escribiendo sus novelas a la luz de siete velas. Era Simón, el joven cartero, el primero en leerlas siempre y era él quien le advertía: “Te salió Cien años de soledad, Amarita” o “¡Pero bueno, Adriana! ¡Cómo se te ocurre! ¡Escribiste una del Maestro Benedetti!”.
—No me riñas, Simón, que ando desenredando la realidad y esta noche estaba hecha un ovillo —contestaba entonces ella. Y es que las noches sin luna a Alba le salían siempre libros de escritores sudamericanos a los que nunca había leído y que vivieron en otro tiempo, muchos años antes o después. Entonces, encendía una hoguerita y quemaba allí las hojas preñadas de sus letras prestadas, con una sonrisa de pena o una lagrimita alegre.

En el mismo instante en que Amara estaba naciendo, el joven Simón había tenido un sueño que le marcaría para siempre. En aquel sueño, flotando en una nada de ningún color, vio acercarse un payaso con alas y sombrero, que le susurró al oído:
—Decir “no” es cerrarse a la vida.
Simón abrió los ojos sintiendo un sustito leve, una euforia efímera y una certeza incierta, que es lo que se siente cuando a uno le llega una revelación, sea esta de la naturaleza que sea, sin importar el remitente. Desde entonces buscó siempre la manera de evitar a toda costa aquel monosílabo con la intención de abrirse en canal al milagro de estar vivo, y se propuso aceptar con ganas y alegría los avatares, grandes o pequeños, que le estuvieran reservados. Cada amanecer, mucho antes de que cantara su viejo gallo afónico, se abría el pecho de la camisa y así, con el corazón a la intemperie, le gritaba a la brisa de la mañana: “¡Buenos días, nuevo día!”, y al anochecer, antes de irse a dormir, posaba sus manos a la altura del corazón, cerraba levemente los ojos escuchando sus latidos y decía bajito: “Gracias…”.
Nunca volvió a decir no hasta el día de su muerte. Si alguna vez le ofrecían algo que no era de su interés o que no le apetecía, en vez de negar, levantaba un poco una mano como saludando, decía gracias quedito y hacía así con la cara, componiendo un gesto fronterizo entre perdone usted y me tengo que ir.
—¿Tengo carta hoy, Simón? —le preguntaban a veces.
— Quizás mañana —respondía entonces él para no decir que no.

Simón, el cartero, fue siempre joven. A los dieciocho años agarró sin saber cómo unas fiebres forasteras que lo dejaron en cama seis meses y que casi se lo llevan por los rumbos de la muerte. Fue la China quien le preparó un remedio que le curó de sus males pero que tuvo el inesperado efecto de dejarle tal cual, para siempre y un día menos. La vida pasaba por él, pero él ya no cambiaba. Simón fue ya para todos Simón el joven. Y fue muchos años después, una tarde sin nubes ni sol, que se murió sin darse cuenta y siguió repartiendo el correo hasta que alguien le advirtió:
—Oye, Simón, te has puesto viejo.
Simón se miró las manos, se tocó la cara extrañado y dijo:
—no.
Luego cayó fulminado, muertito y viejo, con una idea zumbándole en las entendederas. Una idea que le estropearía los primeros días de su muerte:
—Y ahorita… ¿Quién repartirá el correo?

Ainara se enamoró de Simón como de un padre el día que, siendo aún una niña, estuvo hurgando en su saca de cartero. Al descubrir que estaba llena de letras se le quedó mirando como quien encuentra un alma gemela, se le vino encima y abrazándolo fuerte le susurró al oído:
—Tú también…
Desde entonces él era el primero que leía cualquier cosa que escribiera Águeda, con una sola excepción: cuando escribía por encargo el destino de algún vecino, ese cuento sólo lo leía el destinado. Luego, allí mismo lo quemaban protegiendo de curiosos el secreto que le robaran a la muerte.

Alma sintió desde siempre un cariño especial por el Pulga. Todos los miércoles, oliendo a nada, subía a sus prados y, con las ovejas como público, le leía cuentos de amor o de aventuras hasta que llegaba el jueves. Luego el Pulga se sentaba en su piedra de pensar y les contaba a las ovejas el mismo cuento a su manera y el rebaño entero lloraba o se emocionaba con las historias que Alma les había subido al monte.
—Nadie llora mis cuentos como ustedes —solía decirle Alba al pastor.

Aquella noche sin luna que por fin y de improviso Amanda escribió su novela, Simón se quedó callado, perplejo y feliz.
—Es ferpecta, Amandita, ferpecta —le dijo—. Y además es tuya… ¡Tuya por fin, por fin salió tu novela!
Alma subió a los prados del Pulga y le leyó su novela del tirón. El pulga, conmovido, lloró la novela como nunca y aquella misma noche bajó al pueblo en busca de Amador con una determinación desconocida en él.
—Enséñame a leer, Amador. Quiero leerle a las ovejas un libro que me han contado.
Amador, que llevaba años persiguiendo al Pulga por los montes y los llanos con cuartillas y libretas para enseñarle a escribir, celebró aquel suceso con unas rondas de ron. En dos meses y tres días el pastor sabía leer.
Entonces reunió a su rebaño y le leyó emocionado la novela de Alma, mientras las ovejas le observaban orgullosas y atentas, tal vez más lo primero que lo segundo, olvidándose por un día de sus quehaceres y su pastares. Fue aquella misma noche, al acabar la novela, que las ovejas le anunciaron su muerte.
—Te nos mueres esta noche, Pulga —le dijeron.
Él, con la satisfacción y la serenidad que da el deber cumplido y haber vivido una vida plena, se despidió de cada una por su nombre, se sentó en su piedra de pensar, y no se levantó más.

Adela fue la primera mujer que entró en la taberna de Bienvenido desde la llegada del padre Anselmo. Se sentaba entre los hombres como uno más y como uno más bebía o jugaba dominó, oliendo a tabaco y a ron y llamándose siempre Anónima para que los borrachines no se hicieran bola con sus nombres cambiantes. “¡Cántanos algo, Anónima!”, le decía siempre alguien y ella cantaba canciones de su invención; las mismas que en otro tiempo, muchos años antes o después, cantara Chavela Vargas, ciega de tequila y ron, en cantinas mexicanas.

Desde aquel miércoles sin luna en que de improviso y por fin le salió su novela ferpecta, Amara dejó de escribir en papel y empezó a hacerlo sólo en las hojas que los árboles dejaban caer a su paso.
—Que los árboles sean mis cómplices y que componga el viento mis relatos a su albedrío —solía decir mientras Simón se las veía corriendo tras las hojas que bailaban en el aire al son que la brisa les marcaba.

Amara murió llamándose África, pero nadie se dio cuenta. Un profundo olor a selva se apoderó de la aldea y durante más de un mes se desbarató el orden en el mundo de los libros. Los personajes se movían confusos por novelas ajenas, las historias acababan por el principio, y los finales y los aconteceres se trastocaban sin cuento. Así, el coronel Aureliano Buendía paseaba inquieto por la mansión de los Trueba esperando ver pasar su funeral mientras Martín Santomé despertaba convertido en un insecto y Edmon Dantés, Jean Baptiste Grenouille y John Silver el Largo pasaban mil noches y una noche a bordo del ballenero Pequod surcando las ciénagas de un olvidado Macondo.

Con su muerte surgió en el pueblo la polémica de qué nombre poner en la lápida. La familia decía que Amara, porque fue el nombre primero, los borrachines que Anónima pues no recordaban otro y Amador que todos los nombres o ninguno. Se convocó la asamblea y no se llegó a un acuerdo, así que al final la lápida quedó sin nombre… y anónima. Aquella misma noche, después del entierro, alguien pintó en el mármol una “A” con tiza blanca que se borró con las primeras lluvias. Así y con el tiempo, la gente que por allí pasaba pensaba a veces que en esa tumba moría su muertito y le dejaban flores. Nunca faltaron pues rosas, lirios, nomeolvides o jazmines que adornaran la muerte de Amara, una muerte floreada, plagada de olores y letras, una muerte larga y feliz en la que Alba siguió escribiendo y Alma jugaba a las musas inspirando a tantos vivos como se le antojaba. De pronto despertaban con una comezón en el alma que sólo se les curaba escribiendo el cuento que habían soñado. El cuento que les soñara Amanda desde su muerte florida.


Este cuento llegará, anónimo y sin remitente, al son que le marque la brisa, hasta Ángeles.

20 Dejaron su rastro:

Blogboreta

Es la primera vez que me enamoro de un cuento...

Sandra Montelpare

¡Cuando leí los primeros párrafos fue inevitable pensar en El personaje de Ángeles Sánchez! Son unos genios!!!! Hacen lo que quieren con las palabras, lo que quieren... Chapeau!
Saludos admirados!

Humberto Dib

Un excelente relato, sinceramente.
Muchas veces paso por aquí, pero no siempre comento, sin embargo, cuando leo una historia que no sólo atrapa, sino que se mete por debajo de la piel, no tengo manera de no dejarle un agradecimiento a quien me transportó al hermoso mundo de los cuentos.
Entonces me voy, feliz.
Un abrazo.
HD

Kum*

Sus palabras, queridos, queridas, me dejan feliz y con cara de payaso.

Besos, pues, a todastodos.

Y gracias payasas. Gracias.

Anónima

Qué decir...que el Don es suyo que parió estos cuentos. Yo lo leo y lo releo y lo vuelvo a leer. Siempre dejando mis nubes de lágrimas; suba a un barquito y navegue feliz por este mar de aplausos.

Así da gusto morir tan al abrigo de las palabras, las suyas.

Besos anónimos desde mi punto y seguido.

Laura

Precioso cuento, Kum*. Como lo he leído un pelín rápido por las interferencias que tengo alrededor me lo he puesto en favoritos para releerlo cuando nadie hable. Me has llevado de párrafo en párrafo a través de tus personajes y no podía soltarlo, porque ...los cuentos que hablan de personas que sienten, que escriben, que nacen, que mueren ...son los que me más me gustan. Y esa dosis de imaginación que le has otorgado lo ha hecho un poco mágico en una mañana de domingo lluviosa.

Creo que....has vuelto a aparecer en el Cienmanos de hoy...bueno, será tu aura que permanece flotando por encima de los cuentos...

;) BESOS de LAURA.

Puck

Precioso. Llamarse como quiera, desenredar la realidad las noches sin luna.. es genial, es un sueño, como todo este mundo tuyo cuyos habitantes nos presentas de tal manera que es como si los conociéramos de toda la vida. Creo que esta mañana me crucé con Amador y Amara, aunque se llamaran de otra manera.
saludillos

Susana Pérez

Qué maravilla... poco más que decir que qué maravilla.

Besos varios a ti y a...

Unknown

Sencillamente ferpecto. Me enamoran tus "Cuentos de Amador" y estoy deseando que se reúnan todos en un libro para poder ponerlo, junto a los dos o tres más queridos, en mi mesita de noche.
Besos,

puri.menaya

Besos a Anonima... mente y a ese payaso que no nos deja decir que no, para disfrutar de la vida. Cuentos llenos de cuentos y de esa magia de las palabras que nos lleva a soñar e imaginar. Precioso enredo este del payaso y Anónima.

Torcuato

Cuando se juntan un payaso orate, literatura sudamericana y un genial escritor, el resultado es Kum*
Mágico.
Besos.

Mon

Es un querer dejarlo para cuando esté más tranquila y no poder dejar de empaparme de toda esta gente maravillosa...me encanta que Amara, Adela, Anónima se llame como quiera o de ninguna formar dependiendo del día, me gusta tanto como lo cuentas que dan ganas de volverse letras y entrar en ese paraíso sin tiempo. Mil besos y un beso.

Anónimo

Me revoloteas el estómago.Que dulce y bonito cuento. PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS¡¡¡¡¡¡¡¡ (aplausos)
¿cómo va el ego?
Un besote grande
Oma

Arte Pun

Me quito la nariz, Kum*. Precioso cuento, todo en él me ha gustado. Tiene fuerza, transmite sensaciones positivas, pasión por las letras, humor, un lenguaje preciso, es muy bueno.
Me encantaron los detalles con las ovejas, las referencias literarias, los personajes, sus historias.
Felicidades. Gracias por el cuento.
Besos.

Kum*

Gracias, familia. Ya saben que el mérito no es mío. Yo me limito a despertar con una comezón el el alma, que sólo se me pasa escribiendo.

Besos payasos.

escarcha

Cuanta imaginación, cuanta palabra perfectamente encajada, un texto logradísimo!
te saludo kum

Elysa

Sencillamente ferpecto y absolutamente enganchada a los cuentos de Amador, no puedo decir más, porque seguro que no lo diría tan bonito como aquí. Y sí, según leía también pensaba en Ángeles y su personaje.

Besitos

Arte Pun

Estimado Kum*, como tenía pensado escribir hoy una entrada y no me entraba nada, me he puesto a nominar bajo el epígrafe Liebster Blog a unos cuantos. Mire usted por donde está usted nominado.

Si usted profesa otro culto distinto del chico Liebster, por inconfesable que sea, me lo dice y ya le bautizo también por donde quiera.

Abrazos

Anónimo

KUM
La belleza de tu alma se refleja en ella y en las demas , besos y un abrazo fortisimo por querer que se pare este rio de lagrimas

Anónimo

en esta ALMA sensible , besos mmmuuuuuuuuaaa

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