martes, 21 de junio de 2011

Cuentos de Amador.

2. Lunaluz.



     No había cumplido aún los seis años cuando empezó a percibir que no era como las demás niñas. Su casa, su familia…, su país, se le iban a quedar pronto muy pequeños.

     Sus padres no entendieron nunca su hambre de mundo, la inocencia de sus proyectos imposibles ni sus ganas de vivir. Así, más de una vez le desbarataron los negocios infantiles de limpiar las casas y los coches de los vecinos adinerados o vender en la plaza las papayas y los mangos del jardín. La traían de las orejas e intentaban devolver el dinero, avergonzados. La gota que colmó el vaso de la paciencia paterna fue aquella vez que, aprovechando la ausencia de adultos, vendió todos los muebles de la casa y compró otros más baratos, funcionales y modernos. Entonces le cayeron a los gritos, le prohibieron salir durante un mes y cancelaron para siempre sus clases de ballet. Aquello le rompió el corazón. Encerrada en su habitación, mordiéndose en los labios la frustración y la pena, tuvo una certeza. Pronto se iría muy lejos, sola, donde nadie jamás le prohibiera ser ella misma, ser feliz.

     Su madre, desbordada por el amor que sentía por aquella chamaca indomable, se sabía incapaz de hacerle cumplir el castigo y cometió el imperdonable error de confiarle sus horas de encierro a la tía Gesina, que viejita y medio ciega, le llenó a la niña la cabeza y los anhelos de fantasmas amigos, hadas consejeras y diosas de todas las cosas. Hacía décadas que la anciana vivía en un mundo habitado por espectros y no distinguía ya entre familiares o espíritus. En poco tiempo enseñó a la niña a comunicarse con los seres sutiles, a leer las mentes y a mover los objetos con la mirada, a la vez que a bordar o a cocinar. “Tienes el don, pequeña, vaya si lo tienes” –solía decirle entre el orgullo y la desazón. Cuando sus padres quisieron poner remedio, era ya tarde. Su vínculo con la anciana superaba distancias, atravesaba muros y no entendía de tiempos. Así, se les iban las horas en pláticas telepateadas sobre recetas, amores o conjuros, mientras los progenitores respiraban tranquilos sabiendo a la joven encerrada en su habitación. Era muy tarde. Ella habitaba ya en ambos mundos con la misma certidumbre, sin conflicto o confusión.

     Años después, al morir tía Gesina, se sintió huérfana, abandonada en aquel mundo de seres reales en el que sus magias se consideraban una incorrección, más sola que nunca en una casa que percibía ajena. Una mañana, al despertar, vio al espectro de Gesina a los pies de su cama haciendo así con la mano, como diciéndole adiós, con una sonrisa de virgen triste. Ese mismo día, se despidió de su familia sin nostalgias ni alborotos y se marchó rumbo al mar.

-Perdóname, hija, nadie me preparó para educar a un ángel –le dijo su madre con lágrimas en los ojos el día que se fue para siempre.


     Al llegar al mar, exhausta, se sentó en la arena blanca y se sintió renacer. Se dejó poseer por el espíritu de aquellas tierras, de una naturaleza indómita y salvaje que fue creada cuando a nadie se le había ocurrido aún el tal por cual de la moderación. Aquella noche remota olvidó para siempre el nombre que sus padres le dieran y se dejó bautizar por los elementos. El mar la llamó Caribia, la noche Lunaluz y el amanecer Rocío. El viento peinó su cabello y la besó en el cuello. Después surgió la tormenta, que le lavó las penas y terminó de limpiarla de tiempos pasados dejándola lista para más vidas. Entonces se levantó renovada y le danzó al mar, a la selva, le danzó al cielo y a su horizonte infinito. Danzó para ella y para sus diosas, con una promesa en los labios. “Nunca más… para siempre, nunca más...”. 

     Empezó a ganarse el frijol y las tortillas organizando visitas bajo cuerda a las pirámides de sus antepasados. Le bastaba cerrar los ojos un instante y los nombres, las fechas y los aconteceres llegaban a ella como en un sueño. Desconocía profundamente la cultura de sus ancestros, pero llevaba su historia impresa en los genes. Las hordas de gringos orondos, sonrientes y quemados por el Sol, se llevaban a casa sus historias medio inventadas, adornadas con chismes y detalles que hacían la realidad más llevadera y creíble, la versión encantadora y desquiciada de aquella india morena que con una mirada y un vaivén de caderas les hacía renacer afanes olvidados y vaciar sin pena sus bolsillos.

     A base de tiempo y gente terminó por hartarse de aquellos extraños seres que parecían desconocer el valor de la soledad, que veían el mundo a través de sus cámaras y allanaban la vida indígena como quien visita un zoo. Así, durante unos meses trabajó en una tiendita de oros y joyas propiedad de unos judíos ortodoxos de nariz aguileña y avaricia de hurraca. De aquellos señores le divertían sus tirabuzones de colegiala y sus barbas de pirata a la vez que le asustaban sus sombreros apolillados y sus trajes de enterrador, sus ritos y sus dogmas milenarios.

     Para entonces su cuerpo había florecido y, aprovechando su recién estrenada libertad, saciaba su hambre de experiencias con cualquier paisano, turista, o marinero que se le antojara. Aprendió así del amor y de la vida en la única escuela posible, hasta que una noche el fantasma de Gesina se le volvió a aparecer espantando a su amante de turno y, antes de evaporarse en el aire, le susurró al oído: “Aquí ya cumpliste, pequeña. Escucha el viento en tus venas”.

     Después de aquello se pasó tres noches sin conseguir conciliar el sueño y cuatro días en un duermevela despierto que a punto estuvo de dejarla medio mensa. Sentía un nuevo ardor, un ansia inasible, que con el tiempo aprendería a identificar y a obedecer. Un anhelo inefable que le haría dejarlo todo de la mañana a la noche innumerables veces a lo largo de su vida. “¿Cómo se rasca una esta comezón del alma?” –le preguntó al espíritu de su tía en cierta ocasión, cansada ya de estarse siempre yendo de todos los sitios. “No te apegues a nada, mi vida, nunca. Eres una errante. Las raíces matarían tu corazón inquieto” –le respondió Gesina acicalando su cabellera morena, intentando consolar aquella desazón eterna.

     Así, la mañana del quinto día le tapó los ojos a su diosa con uno de sus pañuelos mientras con otro hacía un atadito de dijes, aretes y pulseras de oro, antes de despedirse apurada y para siempre de aquellos judíos amables. Aquel modesto botín le iba a servir, a lo largo de los años, para sobrevivir en los tiempos inclementes, cuando sus magias, sus bailes ni sus masajes fueran suficientes para ganarse el pan.

     Aquella tarde dejó sin penas la ciudad y aquellas tierras tan suyas, donde mariposas con cara de niño venían a posarse en su hombro y encontraba estrellas al barrer bajo la cama. Así estrenó su condición nómada, iniciando un viaje que no acabaría ya hasta el final de sus días, a sólo cuatro pueblos, por cierto, de donde lo había empezado.

     Cuentan que se fue al Japón, donde estudió el arte de las Geishas y refinó sus maneras. Que recorrió varias veces las Indias Occidentales aprendiendo nuevas magias, masajes y medicinas, y que se instruyó en las danzas del Asia septentrional, donde danzó para reinas, putas y borrachos de taberna. Cuentan que una noche sin luna el viento volvió a soplar en sus ámbitos más íntimos, oyó una voz familiar –“vuela, pequeña, algo te espera en Europa. Vuela” –y dejó aquellas tierras de chinos rumbo al viejo continente.

     Allí se metió en un circo donde leía las mentes y adivinaba pasados. Le llamaban La Gitana y entre lonas, fieras y carromatos se sintió otra vez en casa, dejando que a cada día le bastara su cuidado. Enamoró a un domador, le rompió el alma a un payaso y un trapecista prendado cayó sin red en las redes de sus pasiones de zíngara, a la vez que el hombre bala perdía la puntería por verla bañarse en lluvia una mañana de otoño. 

      De feria en feria, de pueblo en ciudad, fueron pasando los años como en un cuento, hasta que una noche de tormenta una bruja española llegó a la puerta del carromato de Lunaluz mientras las fieras, inquietas, se agitaban en sus jaulas.  

-Sabía que alguien llegaría hoy. Me lo dijeron las bestias, que te barruntaron y le andan rugiendo al cielo  –le dijo la joven gitana a aquella vieja hechicera que llevaba en la mirada un saber ancestral y prohibido, y en los riñones un cansancio milenario-. Adelante, te esperaba.
-Tengo una deuda contigo que arrastro hace siete vidas y vengo a saldar mis cuentas. Voy a morirme pronto y quiero aligerar el peso de mi alma errante. Ahora, jovencita, déjame tu mano izquierda.

     Lunaluz tendió la mano y abrió su alma a la anciana que tras rascarse las canas y encender su pipa de bucanero le vino a decir:

-Vete al sur, Gitana. Allá te espera tu hombre. Un hombre bueno y con sombrero. Ve pero no le busques. Vuestras almas llevan ya mil años amándose, apañándoselas para encontrarse cada vez que os da por nacer. Una vez fuisteis hermanos, otras él ha sido tú y tú has sido él. Ahora, otra vez, os toca la unión más bella. Ese hombre fue mi hijo en las últimas tres vidas. Con esto saldo mi deuda. Vete al sur, pero no llegues a África. África no es para ti.

     Después se calló un ratito en el que pareció dormir. Luego le miró a los ojos con una expresión que daba susto y ternura, y le dijo “La muerte te anda buscando, Lunaluz, pero te perdió los rumbos hace ya no pocos años. Te anda buscando donde no estás. Tranquila, eso va a tardar mucho todavía. Hay dos seres esperando para nacer de tu vientre, pero eso también se tomará su tiempo. Ahorita ve, no hagas esperar a tu destino” –y sin más la bruja se levantó, besó a la gitana en la frente y le susurró al oído “Estamos en paz, Rocío” –y antes de irse sacó de su sayo una bola de cristal y se la puso a la joven en las manos. “Sé que tienes el don, se te huele a la legua. Sé que no necesitas de bártulos para adivinar misterios, pero a los clientes les gustan estos archiperres”.

     Nunca olvidó a aquella anciana, sólo en sueños volvió a verla.

     A la mañana siguiente recogió sus cuatro cosas, se despidió del viejo león, del elefante diabético, de la mujer barbuda y del resto de los fenómenos que fueron su familia durante aquellos alegres años y se fue rumbo al sur sin echar la vista atrás, como tantas otras veces.

     Cruzó los Alpes y los Pirineos, vivió en Cádiz y en Sevilla, mas vino a ser en Sigüenza, entre alcázares y ermitas, donde encontró su destino. En una feria medieval plantó su tendejón de gitana donde la gente hacía largas colas para curarse el mal de amores, sacarse una verruga o dejarse adivinar los pasados y predecir los futuros. Un miércoles de diciembre, después de atender a cientos sentada frente a la bola de cristal que aquella bruja española le dejara en prenda de todas sus deudas kármicas, sintió que él había llegado. Pudo notar su presencia de una manera animal, telúrica. Se levantó emocionada entre el espanto y el júbilo, se planchó la ropa y la cabellera con un gesto de sus manos y salió de la tiendita. Y lo vio.

     Se vieron. Se reconocieron al instante y el tiempo se detuvo durante una eternidad efímera. El resto de los presentes se sintió entonces de más, como invadiendo un espacio irreal al que no pertenecieran, y poco a poco, sin saber muy bien por qué, fueron desapareciendo, perdiéndose por los tenderetes de la feria como para no estorbar.

-Entra, Amador, te estaba esperando.

     Vivieron juntos una vida plena. Una vida a su manera, rompiendo tabús y estructuras, desaprendiendo las cosas que estorbaban su camino, todas esas cosas vanas que se enseña a las personas y que las hace vivir olvidadas de sí mismas. Aprendieron que el amor es libertad y que es eterno por más que dure una noche, que es efímero también, aunque sea para siempre. Que no hay amor con apegos, que el amor es inefable. Recorrieron el mundo que les quedaba por ver con curiosidad de náufrago y cuando llegaron al punto donde no se puede estar más lejos, dieron media vuelta y, desandando el camino, se instalaron en la vieja casa de Amador, en su modesta aldeíta, aquella que dejara doce años atrás para conocer el mundo.

     Y muchos años después, cuando más felices eran, tan felices como siempre, el viento del norte volvió a soplar levantando los anhelos errantes de Lunaluz, que se fue triste y feliz por el camino del bosque a cumplir el último de sus afanes de india.

     Dicen que volvió a sus mundos, que se compró una  tierrita entre la selva y el mar, donde la luna sonríe en lugar de mentir y la noche se llena de pobladores menudos. Que cumplió por fin el sueño de tener un terrenito con un par de puercos, gallinas y un válgame dios de otros bichitos de granja. Allí dio a luz a la semilla que Amador sembrara en su vientre cuando lo dejó en el pueblo. Aquellos dos seres que le anunciara la vieja hechicera llegaron juntos y a la vez alegrándole la vida. Allí los creció y de allí los ayudó a irse cuando cumplieron la edad de querer conocer mundo. Allí quedó sola y feliz con sus recuerdos, sus magias y el fantasma de Gesina que ya parecía un borrón en el aire de puro gastado que estaba.

     Con el tiempo y muchas cosas, fue envejeciendo de a poco y a los ciento y ocho años tuvo ganas de morirse. Escribió cientos de cartas despidiéndose de todos, de los cuales casi todos se habían muerto hacía años, y regaló por el pueblo sus bártulos de gitana. Para llamar a la muerte pintó con tiza en su puerta una luna menguante y una paloma invertida, encendió cuarenta velas y se dispuso a esperar.

     Aquella noche no salió la luna, las estrellas cambiaron de lugar y las mareas se desbarataron sorprendiendo a pescadores y a cangrejos. Llovieron ranas y gecos y los pájaros cantaron hasta cerca del amanecer. Luego todo se detuvo como quedando en suspenso. El estruendo del silencio despertó a Lunaluz que se incorporó en su hamaca. La muerte la contemplaba desde el umbral de su puerta.

-Qué haces ahí como un pasmarote. Entra mujer, que te esperaba –le dijo a la calavera, que sonrió con ternura.

-Llevo décadas buscándote, siguiendo tu rastro por ferias y circos del planeta entero y te vengo a encontrar aquí, en esta granjita escondida detrás de ninguna parte –respondió entonces la muerte acercándose despacio.

-Nunca me escondí de ti ni jamás me has asustado. Sé que la vida y la muerte sois hermanas, simultáneas e inseparables. Este viejo cascarón ya no me sirve, no le vale ya a mi alma inquieta y siento que aquí ya hice todo lo que tenía que hacer. He vivido en esta ya muchas vidas. No me queda ya sino morirme. Ahorita te necesito,… tengo que seguir viajando. Eres bienvenida pues, mi querida muerte. Ya me despedí de todo.

     Se miraron como amigas, como viejas compañeras. “Ven Lunaluz, hermana, alguien te espera al otro lado” –le dijo entonces la muerte, y le tocó en el pecho con el dedo corazón, que es como la muerte te saca la vida. 


     Dicen que así termina el cuento de Lunaluz... Otros dicen que así empieza, que no es igual pero lo mismo nos da. A estas alturas del cuento uno ya no sabe si viene o va y, la verdad,... ni falta que nos importa.


Ustedes sabrán perdonarme este exceso. Parece que las musas no perdonan las ausencias, me esperaban impacientes. Parece... que estoy de vuelta. Se os quiere.

17 Dejaron su rastro:

Kum*

Este cuento está, como todos, basado en hechos reales. No podía ser más corto. Así me lo contaron. Así lo tuve que contar.

Besos de vuelta.

Puck

Este cuento, como muchos tuyos, quizás como tú, es un renacer continuo, un reinventarse y resucitar en la historia y en la forma de contarlo. Se me ocurren muchos puntos finales, muchas partes independientes donde podría terminar pero no. Quizás la primera esa confesión materna "no estaba preparada para cuidar un ángel". Pero sigue, y nos vas llevando por el mundo, por tu mundo, y reencontramos con una sonrisa a Amador...y cuando llega el final sabemos que no lo es, tampoco la muerte lo es...
Bufff, que me enrollo. Que me ha gustado leerte poético de nuevo, resucitando entre musas morenas por el Sol
Besotes

Ángeles Sánchez

Precioso relato, que se me hizo corto.

Un beso

Anita Dinamita

He reconocido algunos personajes de este cuento, precioso por cierto.
No solo me gusta sino que está lleno, tan lleno que ten cuidado no se desborde.
Abrazos de sol y calor

Mon

Ayyyyyyy!!! y ya no pudo decir nada más porque se emocionó y las palabras se convirtieron en agua y sonrisas. GRACIAS.

Unknown

Kum*, amigo, me has emocionado.

Coordino un taller literario, se trata de un taller humilde, compuesto por señoras mayores. Sé que este preciosísimo cuento les va a encantar.
Me permitirías leerlo en mi taller?
Si es así, por favor enviame una pequeña reseña tuya, el modo en que desees ser presentado.

Besos!

Susana Pérez

Hay veces que te sorprende lo extrañamente familiar que te puede resultar un texto. Con éste me ha pasado.

Muy lindo.

Un abrazo fuerte.

Sara Nieto

Delicioso, Kum. Un cuento extremadamente bello tanto por tu delicada forma de narrar como por la propia historia. Te felicito.

Besitos

Lila Biscia

ay, kum...
qué te puedo decir de todo lo que leí en este cuento?
sos una enseñanza constante en un aprendizaje constante.
y leo y releo:
Aprendieron que el amor es libertad y que es eterno por más que dure una noche, que es efímero también, aunque sea para siempre. Que no hay amor con apegos, que el amor es inefable.

precioso (digo lacrimogena je)

millon de besos para vos y para esos dos personajes que adore.

Lilux

montse

Intenso.

Juanlu (Luiyi)

Kum* he leido por ahí que andas un poco tocado...cuidate!!!!

Un abrazo enorme!!!!

Danik Lammá

Hola amoroso. La verdad es que llevo días muy ocupada también y tengo pendiente varias publicaciones en el blog del 14M aún. Claro que con ayuda (si cada uno manda los textos y el material, es mejor). Cierto es que tu texto además de dejarlo por escrito, tenía pensado coger la parte del vídeo y agregarlo (fue muy emocionante. Me gustaría que los que no estuvieron lo puedan vibrar.


Mándame tu material a daniklammá@hotmail.com

Trataré de editar el vídeo esta semana también. ^_^

¡Un abrazo enorme!

Danik Lammá

PD: Ya habilité la ventana emergente en el blog.

Kum*

Tus comentarios siempre me dejan listo para más vida, Puck. Eres mi ranita de la suerte :)

Ángeles, a mí, en venganza, se me hizo corto tu comentario jua,jua,jua...

Creo que se desbordó lo suficiente, Ana. No todo lo que él quería, pero... bastante. Me costó contenerlo, aunque parezca todo lo contrario. Este Amador cualquier día me plantea el ultimatum de una novelita.

Agua y sonrisas son siempre una convinación deliciosa, Mon. Gracias a tí, por todo.

Mi querida Patricia. No hay palabras... bueno, dos: Un honorazo.

A mí me pasó lo mismo, Su... o más :)

Gracias, Sara. Delicioso es un adjetivazo viniendo de vos.

Sólo Mon y vos me lloráis así de lindo los cuentitos, Lilux. Te quiero, hermosa.

Concisa... Montse :)

Gracias Juanlu, ya se pasa. Es la edad, no más.

Gracias Danik. Sos la bomba. Gracias también por tu ventana. Me asomaré a ella, prometido.

Besos de luna a todastodos.

Torcuato

Gracias, Kum

""Vivieron juntos una vida plena. Una vida a su manera, rompiendo tabús y estructuras, desaprendiendo las cosas que estorbaban su camino, todas esas cosas vanas que se enseña a las personas y que las hace vivir olvidadas de sí mismas.""

Ese es el camino. Desaprender.

Un fuerte abrazo, amigo.

montse

Acabo de leerlo entero...
¿Que las musas no perdonan?
Que las tienes locas que no es lo mismo. Vaya regalazo te han hecho y que bien lo has sabido compartir.
INTENSO. Demasiado.

manuespada

Bonito cuento, seguro que en persona lo cuentas de lujo, doy fe de ello.

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