Aroa habitaba el presente. No entendió nunca de mañanas ni de ayeres. Vivía su vida sin más, consumiendo los instantes como quien saca agua del mar. Pequeña como un santiamén y bella como un orgasmo, sentía una cercanía innata y un cariño natural por todos los seres con los que compartía el planeta: personas, animales, plantas, pero también por las rocas, el fuego, la lluvia, el viento, la pradera o la montaña.
Aroa no lloró nunca. Nació con los ojos abiertos,
celebrando con balbuceos la alegría de una nueva vida. Aquel día no murió nadie,
ni cerca ni en ningún sitio. Ni siquiera fue miércoles, lunes o domingo, no
llovió, no hizo frío ni calor. Nada. Aquel día sólo ocurrió su llegada al
mundo.
La comadrona que asistió el parto estuvo un rato
dándole vueltas al bebé buscándole las alas, convencida como estaba de que
aquella criatura tenía que ser un ángel, por su belleza, su felicidad y la
calidad de su piel, que tuvo siempre la textura de los momentos alegres.
Sus padres, Sol y Luna, eran dos hippies practicantes del
amor libre que creían a su manera en dioses de su propia invención. Dioses con
cabeza de animal y nombres impronunciables que tallaban ellos mismos en el
corcho de los árboles. Varias veces estuvieron a punto de asfixiar a la niña Aroa
con el humo de las velas y los inciensos con los que celebraban sus días
sagrados, que eran uno sí y otro también. Eran adictos a los abrazos y vegetarianos
recalcitrantes, claro, pero su hija fue más allá. Se alimentaba exclusivamente
de los frutos y las flores que se desprendían a su paso de los árboles y las
plantas con los que solía hablar. Jugaba con las pirañas del río y los
escorpiones velaban su sueño. Nunca le temió a nada, nunca nada le hizo daño.
Una noche de equinoccio a sus padres se les fue la
mano con los hongos alucinógenos y agarraron un globo tal que salieron flotando
hacia el sureste cantando mantras inventados y no regresaron jamás. Aroa esperó
tres días y tres noches contando hormigas. En el cuarto amanecer le prendió fuego a su casa y puso
rumbo a su destino, llevando sólo en su bolsa un reloj que daba el Ahora y una
brújula payasa que señalaba el Aquí.
Atravesó las Montañas del Norte escoltada por los
lobos que cuidaban sus descansos, recorrió las Ciénagas del Olvido a lomos de los caimanes, y llegó por fin a los bosques que desde
siempre se le aparecieran en sus vigilias. Fue allí donde los búhos le guiaron
hasta el sendero que terminaba en la plaza.
El día que llegó Aroa no murió nadie en el pueblo ni
pasó nada en la aldea. Sólo ocurrió su llegada.
Al verla pasar los vecinos se daban la vuelta para
mirarle las alas, convencidos de que era un ángel por la expresión de sus ojos
y el matiz de su sonrisa, que tuvo siempre la cualidad del contagio. El padre
Anselmo, cercano ya de la muerte, pensó que era un querubín que venía a
anunciarle algo. La China,
al barruntarla en el bosque, recordó con cierta nostalgia los tiempos ya
remotos de las hadas. El Pulga se enamoró de ella sin haberla visto siquiera, cuando
las bestias fueron al prado a contarle de su llegada. Buenaventura se la cruzó
camino de la taberna y ya sentado en su mesa, después de un trago de ron, dijo
como para nadie:
—La vida se vive a sí misma.
Amador fue el primero en saludarla. Deslumbrado por su belleza y ahinado por el aroma como a rosas que desprendía, sólo acertó a quitarse el sombrero y a decir a trompicones:
—Bienvenida…
Aroa se le acercó y lo abrazó de puntillas. Él,
sobrecogido, respondió como pudo al abrazo, como con miedo a romperla, y así
estuvieron durante más de tres horas, paraditos en la plaza, sintiéndose el uno
al otro, mientras el resto del pueblo desfilaba alrededor murmurando cosas
sobre el amor y la dicha.
Desde que la niña llegara, la meteorología, que el
padre Anselmo consiguiera meter en vereda a base de procesiones ya tantos años
atrás, volvió a olvidarse del calendario y llovía, hacía frío o calor, no
cuando era de ley, sino cuando a Aroa se le antojaba. Tal era su conexión con
el universo que jamás tuvo que pedirle nada. Le bastaba por ejemplo con desear un día
nublado para que el sol fuera haciéndose
el despistado a esconderse trás de un cirro o un estrato. Amanecía
cuando ella despertaba y la noche llegaba con su sueño.Y así fue que las
estaciones se acomodaron a sus caprichos y las cosechas a sus antojos. Nunca
hubo en la aldea tomates de aquel tamaño, tal abundancia de todo, ni se había
visto antes semejante orgía floral por todos lados. Bastaba con que la muchacha
Aroa pasara por un cortijo, una calle o una cueva, para que al rato en aquel
lugar florecieran hasta los caracoles.
Aroa no se murió. Se despegó del suelo una tarde, como
aquella vez sus padres, y se fue volando quedito rumbo a su nuevo destino, acaso
cerca del cielo o en algún lugar mejor. El día que se marchó no pasó nada en el
pueblo, ni murió nadie tampoco. Sólo ocurrió su partida. Quizás al Pulga en su
prado se le escapara un suspiro de más, al padre Anselmo en su tumba un ya era
hora envidioso y a Bienvenido en su tasca una lágrima de menos que se enjuagó
con el trapo de sacar brillo a los vasos mientras el colibrí, posadito en su
hombro izquierdo, dormitaba feliz una de sus siestas diminutas.
Su marcha les dejó a todos la nostalgia alegre de
haber conocido a un ángel y la certeza contenta de que los seres de luz nunca se
van del todo aunque no se queden nunca.
16 Dejaron su rastro:
Me encanta... Siento tantas cosas ahora mismo.
Gracias, es un regalo bellísimo. Y se me ha ocurrido una tontería, pero esa te la diré luego, bajito.
Muaaaaaaaaaaas!!!
Preciosisísisismo....hay que ver lo que dan de sí 50 minutos, verdad? gracias payasito lindo, es un regalo para todos los que te leemos.
Qué lindo...
Y nada más.
Abrazos
Ay, Kum*, qué bien escribes, y qué largo... :)
Es hermosísimo, me encantó la insistencia en buscarle las alas.
Un abrazo.
Cuando nos acarician el alma no hay nada más...
Un abrazo payaso!!
No necesitan quedarse, ya han pasado y han hecho su regalo.
Muy hermoso, Kum*
Besitos
Muy bello el cuento, preciosos los dibujos de Juanlu. Abrazos.
Llego desde Juanlu. Veo que tus Cuentos de Amador merecen ser leídos de una atacada. Me ha gustado tu forma de contarnos la vida y desvida de Aroa. Poco a poco te seguiré.
Y Jualu creo que también tiene alas.
Sí, yo también creo que era una angel, y estoy seguro por cómo lo expresas. Lo haces de maravilla. Precioso cuento.
Saludos
Vaya por dios!!!... ya se me está llenando esto de gente interesante. Este Juanlu es de lo que no hay. Es decir,... único.
Gracias y besos payasos a todastodos.
Bravo!!
Maravillosa Aroa, una gallega de ninguna parte en los jardines de Kum* ¿pero qué digo? me estoy liando...
Me ha llorado la risa al leerte, una vez más, amigo payaso.
Abrazos
Quanta beleza! Me encantei com esse conto! Saludos.
Me gusta ese habitar el presente, y estos días me quedo especialmente, tú ya sabes, con ese "Aroa no murió..."
saludillos
...nunca se van del todo aunque no se queden nunca...
precioso todo
y sin palabras me voy,
besos
Qué bien, Kum. Cuánto has escrito desde que yo desconecté del tema de los micros. Eres un artista. Besos. Yo quiero ser Aroa.
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