Se hacía llamar Jack Landon y, a pesar de su juventud, ya había recorrido el mundo unas veintitrés veces en busca de fama y fortuna, o tal vez... viceversa. Arqueólogo apasionado y aventurero empedernido, había explorado selvas y desiertos en los siete continentes, descubierto culturas milenarias que jamás habían existido y fundado ciudades perdidas en los albores del tiempo, pero jamás en sus viajes había conocido un lugar como aquel.
Tres días después de llegar pidió hablar con las autoridades y la gente se le quedó mirando como el que mira a un niño que no sabe explicarse bien.