Hola a todastodos.
Disculpen las molestias pero, pese a quien pese,... seguimos aquí. En Sol.
Es posible que ya no nos saquen en la tele, que no nos den la primera página, que no seamos ya la comidilla ni la novedad. Pero sentimos comunicarles que seguimos aquí. Trabajando sin descanso, duro, cada día, todos los días. Organizándonos, conociéndonos, consensuándonos. Cada día. Todos los días.
Estamos proponiendo asambleas en los barrios, en los pueblos. Entregando el testigo a su legítimo dueño. A la gente. No nos vamos. Seguimos aquí. Y seguiremos incluso cuando ya nadie nos recuerde. Cuando nos hayamos ido. Porque las revoluciones nunca mueren, porque siempre nos enseñan algo. Y este movimiento, acabe cuando acabe, termine como termine, nos está educando a todas por el mero hecho de estar sucediendo.
Cada día. Todos los días.
"¿y a tí, cómo te gustaría que acabara todo esto?" -me pregunta una joven, apenas una niña. "Esto no se acaba, hermana. Siempre va a estar en nosotras. Muy adentro. Para siempre".
Ya más de una semana con la dieta de la revolución. Comer cuando te acuerdas, dormir casi nunca... y mucho Sol. Ni en el Caribe mexicano se me mete tánto Sol dentro. Ni en mi rincón tranquilo se me quemó así la cara. Estoy lleno de imtemperie, de gente bella, de sueños y tareas, de revolución.
Estoy feliz y exhausto. Tal vez más lo primero que lo segundo... y tambien, viceversa. Tengo el corazón contento, el cuerpo cansado y la mente embotada, como mensa. Me cuesta pensar y se me olvidan los mandados. Por eso me cambio de grupo. Empecé trepando farolas, barriendo, montando. Luego organizamos las asambleas, cada vez mayores, de mil, de cuatro mil personas. Ahorita que todo funciona como un reloj, necesito descansar... la mente. Ahorita me dedico a dar masajes a las compañeras que lo necesitan. No importa qué se hace, cómo se echa una mano... lo importante es estar. Aquí, ahora. Cada día. Todas juntas... seguimos.
Me viene un pensamiento que me hace reir: Una vez, antes de todo esto, una ranita encantada me llamó masajista de almas. Tal vez, si me viera ahora, me diría masajista de revoluciones.
Otros, desde sus pedestales, nos han llamado de todo. Títeres del Psoe, de Eta. Marionetas de una mano en la sombra que ideó todo esto en el mismo despacho en el que se piensa ahora cómo pararnos. Nos llaman más cosas. No les gustamos, y es que no les gusta la soberanía popular. La temen, les parece obsceno, les da asco. A unos y a otros. No me importa. Esto está sucediendo, eso es lo importante. Estando aquí uno se da cuenta de que nadie nos maneja. La gente es soberana. Aquí. Ahora. Mañana no existe.
Nos llaman antisistema. Bien, conmigo aciertan. Siempre me sentí antisistema. Anti-este-sistema, claro, siempre. No es saludable estar bien adaptado a un sistema profundamente enfermizo, enfermo. Creo que fue Krishnamurti quien lo dijo. Pienso igual. Nos venden la imagen de descerebrados rompiendo escaparates. No. No rompo escaparates. Soy, profundamente, antisistema. Claro.
Echo de menos mis cuentos. Las musas vienen a soplarme al oído y me pillan barriendo las calles de la revolución y les tengo que decir "ahora no, ¿no veis que ando ocupado?", o se equivocan de oreja entre la multitud.
Echo de menos mis cuentos. Pero estoy viviendo el más bello. El de la gente en la calle. El de la gente despierta. El de la voz del pueblo.
Me fallan las fuerzas. No les aburro más. De otra forma, a su manera, con su pluma de oro, nos lo está contando también Enrique Páez en su bitácora. La voz de Sol, la podéis encontrar aquí.
Ahorita les dejo, mis queridas amigas y amigos. Permítanme morirme un rato. Al rato me esperan en Sol. Y es de mala índole hacer esperar a la revolución.
Chau. Se os quiere.