Temprano en la mañana despierta con el estruendo de los enanos cantando alborotados camino de la mina.
Ya desvelado, aunque somnoliento, dedica la siguiente hora a buscar sus zapatillas, sus gafas, su reloj… y el resto de bártulos y enseres que durante toda la noche los duendes, divertidos y traviesos, han escondido o cambiado de sitio. No le hace falta verlos,… sabe que a esas horas aún le observan. Puede sentirlo.
Después recorre las habitaciones dando palmas y espantando a voces a los espíritus que rondan susurrando en los rincones.
-Este runrún de fantasmas no me deja oír mis pensamientos….
Más tarde, blandiendo su bastón, sale a ahuyentar a la bola de unicornios que cada mañana acuden con las primeras luces y devoran sus flores, desbaratan el huerto y le cagotean todo el jardín.
-Malditos asnos con pincho, vayan ya a joder a otro sitio, cabrones! –les grita huraño.
Luego prepara el desayuno mientras, a manotazos, dispersa la nube de hadas que revolotean golosas sobre las tostadas y, ya más tranquilo, sale a disfrutar del café caliente y de su primer cigarro, siempre bien protegido bajo el techado del porche. Sabe por experiencia que no es seguro andar al descubierto cuando un pegaso vuela sobre tu cabeza.
Es en esos momentos de relativa calma cuando, resignado, maldice aquella tarde remota en que tras ver pasar el cometa pidió un deseo:
Luego prepara el desayuno mientras, a manotazos, dispersa la nube de hadas que revolotean golosas sobre las tostadas y, ya más tranquilo, sale a disfrutar del café caliente y de su primer cigarro, siempre bien protegido bajo el techado del porche. Sabe por experiencia que no es seguro andar al descubierto cuando un pegaso vuela sobre tu cabeza.
Es en esos momentos de relativa calma cuando, resignado, maldice aquella tarde remota en que tras ver pasar el cometa pidió un deseo:
-Que la magia sea en mi vida. Cada día… siempre.